A veces se pregunta cómo sería la vida sin ellos. A veces se pregunta cómo sería volver a aquella época que ahora parece tan lejana. Levantarte los fines de semana a cualquier hora. Ducharte sin dinosaurios haciéndote cosquillas en los pies. Caminar por la casa sin esquivar juguetes. Mirarte al espejo y descubrirte sin esas ojeras que se han esculpido en tu piel.
Cuando el agua está hirviendo, pone unas cucharadas de azúcar y añade la pasta. Sus vaqueros están llenos de papilla de cereales reseca de esta mañana, cuando al pequeño le pareció buena idea chapotear en ella, y de rotulador azul. Todo tu tiempo libre solo para ti. Volverías a pertenecerte e ir perfectamente depilada. Lava las fresas, las corta en trozos y las mete en la licuadora junto con un buen chorro de nata y una cucharadita de azúcar y bate hasta que queda como un batido de color rosa perfecto. Sirve la pasta en los platos y la baña en esa salsa de cuento. Lo hace con el mayor cantando a media lengua y el menor agarrado a sus piernas soñando con sentarse en sus caderas: su lugar favorito.
Y mientras comen la pasta, los mira. Y de pronto no consigue pensar en nada más. Porque ahí están, justo delante. Tan ajenos. Tan felices. Las dos cosas más bonitas que jamás ha hecho.
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